Cerró
el paraguas un instante después de entrar en el hotel. En el exterior, la
lluvia arreciaba y el viento no daba tregua.
Preguntó
por ella en recepción, y le indicaron que podría encontrarla en la planta 4ª,
habitación 408.
Se
habían conocido en un local de citas rápidas, de esas en las que debes vender la
mejor versión de ti mismo en cinco minutos para conseguir el interés de la
persona que se sienta frente a ti. Un astrónomo corriente como él no tenía nada
que ofrecerle a una chica de revista como ella, y por eso le extrañó que se
interesará por él, desechando al resto de candidatos, y que aceptará continuar
esa primera cita en un bar, con algo más de tiempo.
Cuando
entró en la habitación la vio en la terraza, contemplando el cielo. La lluvia
había cesado y las nubes parecían tener prisa por alejarse.
Cerró la puerta de la habitación y ella se
volvió, encontrándose en su mirada.
—Ven,
por favor.
El
se acercó a la terraza y se colocó a su lado.
—¿Alguna
vez te cansas de verlas?
—¿Las
estrellas? En absoluto. En noches claras como esta podría pasarme horas bajo el
telescopio.
—¿Te
parecen hermosas?
—Después
de ti, lo mas bello que he visto nunca.
—¿Qué
opinas de aquella? —le preguntó ella indicándole la estrella situada sobre la
constelación de Orión.
—Es
una supernova. Su nombre es C-213-J. Está en proceso de expansión.
—¿Sabes
porque se expanden?
—Si.
En cierto modo, es el proceso previo a su desaparición. Aumentan de volumen,
expandiéndose después en forma de polvo de estrellas y partículas en suspensión
antes de decrecer y apagarse para siempre.
—Parece
que conoces bien el proceso.
—Bueno;
como te dije cuando nos conocimos, soy astrónomo. Y además, en este caso
concreto, esa estrella la descubrí yo. Recuerdo que fue hace dos años, una
noche de julio, en el observatorio de Tenerife.
—Yo
también me acuerdo de aquella noche.
—¿Cómo
dices?
—Vosotros,
los astrónomos, os pasáis gran parte de vuestra vida contemplando las
estrellas; las veis nacer, le ponéis nombre, sois testigos de su evolución, de
los sistemas a los que dan vida, e incluso de sus periodos de expansión y
contracción previos a su muerte; aunque en esta última parte aun no conocéis
toda la verdad.
—No
te entiendo, la verdad.
—Es
muy sencillo. Como tú has dicho, la muerte de las estrellas comienza con un
periodo de expansión en el que se generan partículas en suspensión. Esas
partículas viajan por todo el universo, dando origen no solo a muchas estrellas
y planetas, sino a las distintas criaturas que viven en ellas.
—Entonces;
¿Tú no eres de este planeta, verdad?
—Creo
que eso ya lo intuías desde el día en que nos conocimos.
—En
cierto modo, creo que sí.
—Por
eso he venido a verte. Me conoces desde hace dos años, aunque para nosotras,
las estrellas, el tiempo se desarrolla en ciclos algo más complejos que los que
vosotros manejáis.
—Eres
C-213-J.
—Soy
parte de su reflejo aquí en la tierra. Parte de sus partículas con la forma
humana que vosotros conocéis.
—No
me negarás que es difícil de creer.
—Tu
sistema solar, con su estrella a la que llamáis el sol, y todos los planetas,
nacieron en los albores de mi expansión; hace millones de años. Pero ahora mi
camino ha de seguir, y en el voy recorriendo todos los sistemas que forman
parte de mi, y de entre todas las partículas que se han creado a partir de mi
expansión, las tuyas constituyen algo especial para mí.
—
¿Especial?...
—
Es fácil. Vosotros lo llamáis conexión. Ocurrió hace dos años, cuando
descubriste mi posición. A partir de ahí, comencé a formar parte de tu mundo; y
yo reparé en esa ilusión con la que me mirabas. ¿Sabes que los seres humanos
también podéis expandiros? Lo hacéis desde dentro; desde lo que llamáis “el
alma”; y podéis generar una gran cantidad de energía. Parte de la tuya viajó a
través del universo, y ahora está en mí. Por eso estoy aquí ahora, contigo.
—Pero…
¿Cómo es posible?
—Siempre
ha sido así; desde los albores del universo. Las estrellas nos expandimos
durante miles de años, una parte de nosotras comienza el viaje creando vida en
el camino, y después el resto de las partículas termina recogiendo el testigo
de toda su creación.
—Un
destino cruel.
—Como
cualquier otro. Toda vida tiene un principio y un final.
—
¿Y cómo puedo ayudarte en tu estancia aquí en la Tierra?
—Mi
estancia en la Tierra toca a su fin, pero he venido a ofrecerte algo que es
posible que pueda interesarte.
—Te
escucho.
—Te
ofrezco que hagamos juntos el camino que me queda por recorrer, hasta que mi
luz se extinga.
—
¿Cuándo será eso?
—Cuando
todas las partículas que comenzaron la expansión se reúnan en un solo ser.
Entonces me comprimiré y dejaré de emitir luz para siempre.
—
¿Y cómo será?; me refiero al viaje. ¿Cómo lo haremos?
—Estarás
bien. No te preocupes. Solo tienes que decidir si quieres hacerlo.
—Creo
que ya sabes la respuesta —dijo ofreciéndole su mano.
Ella
la recogió y le atrajo hacia ella. Los cuerpos se abrazaron, y sus partículas,
antes cohesionadas en cada uno de sus cuerpos, se separaron en una breve
suspensión, para luego salir volando hacia el cielo, fusionándose con un haz de
luz que cruzaba el cielo.
En
su camino, vivieron en cientos de mundos, crearon otros muchos, y se amaron de
todas las formas conocidas e inventadas, hasta que su luz dejó de brillar, en
el último confín del universo.