Desde la complicidad que me ofrecen estas cuatro paredes me he vuelto coleccionista de instantes, y cuando la consciencia me lo permite, camino entre mis recuerdos, reviviendo en ellos tan intensamente como puedo, para luego conservarlos y clasificarlos cuidadosamente.
Por las mañanas, durante las
sesiones de quimio, me reencuentro con la niñez entre los pliegues de mis
cicatrices, y cojo prestada un poco de esa energía desbordada en mi alocada
existencia.
A la hora de la comida me llega el
olor intenso de los guisos en cazuelas de barro, el sabor de la leche fresca, y
me envuelvo del amor que mi madre ponía en todo lo que hacía en esa vieja
cocina que nos dio de comer.
Pero mentiría si negase que mis
recuerdos contigo son mi mayor tesoro.
Con la edad, y cuando el final
del camino está cerca, las palabras se vuelven vacías, y son los silencios los
que de verdad importan. Y tú silencio al cogerme la mano me lo dice todo.
Se que prometimos amarnos para
siempre, y que irse primero quizá sea lo más fácil. Solo espero que puedas
perdonarme, y yo a cambio te prometo vivir para siempre en tus recuerdos.