Nadie volverá a hacerte daño (303).

Pese a estar toda la vida esperándola, la muerte es ladina y llega siempre por sorpresa, manteniéndose agazapada, al acecho, aguardando el momento adecuado.

Su mirada es como el rayo que fulmina el mundo, como un terremoto que sacude toda realidad, y donde el alma es arrancada cruelmente del cuerpo.

Durante una eternidad el alma cae al vacío, y en esa caída todo atisbo corpóreo se va difuminando, quedando al final del camino apenas algunas reminiscencias de la esencia terrenal. Después, todos los espíritus se reúnen en un largo sendero, bajo un cielo grisáceo y mortecino, siendo poco a poco absorbidos por la negra inmensidad que se divisa a lo lejos.

Ese debió ser su camino, ese debió ser su final, pero antes de dar el paso hacia el oscuro absoluto, alguien le cogió de la mano y le indicó otra dirección.

− Nadie muere del todo cuando tiene cuentas pendientes – le dijo.

Son muchos los espíritus que aún no han dado el salto, y que se mantienen en este mundo, escondidos tras el murmullo del viento, colgados del quicio de una puerta que rechina al abrirse, o en el escalofrío provocado por el soplo frío del invierno. Todos tienen una misión, algunos un mensaje que transmitir, y otros, como en su caso, una deuda que saldar.

Lo bueno o lo malo de morir con odio es que ese sentimiento ya no te abandona, y en el más allá se convierte en una herramienta, en un arma al servicio del espíritu con el que convive.

Cuando regresó al punto de partida, su padre estaba pegándola con los puños manchados de sangre.

Antes de que le asestara el último golpe, se interpuso de nuevo entre ellos, y con toda la violencia que su odio hacia él le proporcionaba, lo lanzó contra la pared. Después, una niebla densa y viscosa envolvió el cerebro de su padre, y como si fuera un enjambre de avispas voraces, se ensañó con su mente y sus recuerdos, hasta no dejar rastro de sí.

Cuando su corazón, atravesado por cientos de agujas, dejó de latir, asistió aliviado a su caída hacia la inmensidad oscura, en el mismo instante en el que una voz temblorosa viajaba a través de los mundos.

−Hijo mío. ¿Estás ahí?

−Tranquila, mamá −respondió− nadie volverá a hacerte daño.


Relato enviado al concurso de relatos de las "Jornadas Góticas" de Cáceres.