Desgaste.
En realidad esto del amor no
tenía ninguna lógica, o al menos él no la encontraba a la vista de sus
reacciones.
A veces se preguntaba si sufrir
tanto merecía la pena, cansado de recibir solo indiferencia y malos modos frente
a sus incontables atenciones, por no hablar de los continuos reproches y gritos
cuando consiguió, por fin, que viviesen juntos.
Aunque lo que más le irritaba era
ver cada día, en su cara, el miedo al compromiso.
Y pese a todo, la seguía
queriendo. Por eso, esa noche, al llegar a casa, bajaría
al sótano, le quitaría la mordaza, y le diría suavemente que así, no podían
seguir.
Inseparables.
En realidad, esto del amor no
tenía ninguna lógica. Por eso mis ojos seguían buscándola al alba, y mi mano se
abría esperando la suya en mis interminables paseos a ningún lado.
Tampoco entendía de límites; y
por eso nunca se fue del todo. Me conocía bien, y sabía que no podría vivir de
reminiscencias del pasado.
Pero ante todo es justo, y en
aquel instante, entre la inmensidad del silencio ella se hizo susurro,
mostrándome el camino de regreso a sus brazos.