Microrrelato para REC: El mundo cogido con pinzas.

Las besa con suma conciencia para no equivocarse y las coloca nuevamente en el cajón de la mesilla.

Antes de salir comprueba la horizontalidad de los cuadros y echa una brizna de sal sobre su hombro izquierdo. Ya en el ascensor acaricia suavemente la pata de conejo que guarda en su bolsillo, y finalmente repasa el zócalo de madera del portal con los dedos cruzados.


Tras un cronometrado suspiro, sale a la calle apoyándose en su pie derecho, justo en el momento en el que un gato negro de sonrisa burlona se cruza en su camino, anunciándole, que ese día, parte con todas las de perder. 


Micro para REC. Reflejo de una traición.

Abandonan, primero uno y luego el otro, la habitación del hotel.

Al salir apenas notan el crujir de las vigas, que ceden irremisibles, desplomando el edificio.

Apenas reparan en la gran falla que se abre tras ellos, y que devora lentamente la ciudad, extendiéndose más allá, mortífera, tragando campos y bebiendo océanos.

Apenas reparan en el caos, la destrucción y el sufrimiento.


Apenas reparan en que su mundo se acaba, hasta que, al llegar a sus casas, lo ven reflejado en los ojos de los otros. 


Relato para "Literautas". Sus ojos.

En el taller de la web de "Literautas" hemos comenzado el curso 2015-2016. En la primera sesión el relato a escribir tenia que contener la frase "el sobre estaba vacío". Después de un primer envío y las correcciones precisas tras los comentarios de los compañeros, aquí esta el resultado:

Sus ojos. 

—Cuantas veces tengo que decirte que no llegues tarde —espetó Fabricio—, hay mucho trabajo que hacer y no me gusta esperar a niñatos como tú.

—Joder, Fabrizio —respondió Carlo con sorna—, relájate. Es lunes y algunos tenemos vida los fines de semana.

—Ponle esa excusa al capo cuando no llegues con la recaudación, me encantará ver lo que hace contigo.

El sol se filtraba entre las nubes iluminando poco a poco las calles de los suburbios que recorría el viejo Ford. Los negocios iban abriendo sus puertas y la gente comenzaba a dar vida a las calles.

—Falta la mitad del dinero —gritó Fabricio al pescadero mientras Carlo apuntaba de manera instantánea con su revolver a su hijo.

—Apenas nos entran clientes —replicó el señor Tonetti entre lágrimas—, dadnos un respiro por el amor de Dios.

Carlo soltó el seguro de su pistola, y acercó el dedo al gatillo. Normalmente ese era el paso disuasorio para que el cliente recapacitase, y pagase lo acordado por la familia Benatti.

—Cada día me cuesta mas hacer esto —comentó Fabrizio al salir de la pescadería de los hermanos Tonetti.

—Te tomas todo muy a pecho siempre —dijo Carlo aprovechando que su colega bajaba la guardia— al final el trabajo sale adelante.

—Si no me tuvieses a mi lado para ponerte firme hace tiempo que estarías en una fosa criando malvas, créeme —respondió Fabrizio.

En ese instante, apenas a tres metros de su coche, vio algo al final del Callejón Lotti, una calle en la que no solía haber mucha actividad, salvo algún trapicheo sin importancia y algunas furcias en busca de amores de alquiler. Pero al fondo parecía haber una nueva tienda.

—¿Has visto eso? —le dijo a Carlo—, al final del callejón. Vamos.

—¿Me tomas el pelo? —Respondió Carlo—, en ese callejón mugriento no puede haber nada.

—Mueve el culo joder.

La tienda era muy pequeña, vista desde el callejón. Un pequeño escaparate y una puerta estrecha formaban la fachada, sin cartel ni objetos a la vista.

—Ves, —dijo Carlo— aquí no hay nada.

—Entremos —respondió Fabrizio empujando la puerta.

Al entrar no supieron deducir con exactitud qué era lo que se despachaba en aquel lugar.

Plantas exóticas pero secas, esencias con olores penetrantes hasta la arcada y grandes botes con lo que parecían animales o pedazos de ellos se agolpaban en las estanterías en una amalgama de objetos inmundos que raramente podrían interesar a nadie. Detrás del mostrador, una chica, de espaldas a ellos, ojeaba un enorme libro, tan absorta en él que parecía no haber escuchado a los visitantes.

—Eh, chica —gritó Fabrizio—, ¿qué coño vendéis aquí?

—Nada que a vosotros os pueda interesar —respondió la chica girándose hacia los hombres—. Largaos de aquí. Su aspecto era tan siniestro como la tienda, con un vestido negro que le llegaba hasta los pies y un pelo tan largo como enmarañado que le cubría gran parte de la cara y los ojos.

—Con esa actitud no venderás mucho, zorra —increpó Carlo.

—Tranquilo, Carlo –dijo Fabrizio sujetando a su compañero— no seas descortés con la señorita, y explícale amablemente cuales son nuestros servicios.

—No necesito servicios de nadie —sentenció la chica volviendo a su libro— largaos.

—Verá, señorita —dijo con voz suave Fabrizio— este es un barrio peligroso, y usted, como todos los demás, necesita protección, y nadie mejor que la familia Benatti para proporcionársela por un módico precio. Con su permiso le dejo un sobre donde deberá dejarnos el dinero por nuestros servicios, que de facto acaba usted de contratar.

—Fuera —gritó la chica.

—Volveremos mañana a por el sobre —dijo Fabrizio despidiéndose— que tenga usted un buen día.
A la mañana siguiente los matones volvieron al callejón y visitaron de nuevo la tienda. La chica seguía inmersa en su libro. Carlo cogió el sobre, que estaba en el mismo lugar donde Fabrizio lo había dejado el día anterior. Lo comprobó y miró a Fabrizio. El sobre estaba vacío.

—Creo que ayer no me expliqué con claridad señorita —dijo Fabrizio mientras Carlo salía de la tienda— no le interesa desestimar nuestros servicios, quedarse sin protección en este barrio puede ser muy peligroso. En cualquier momento alguien podría entrar aquí con muy malas intenciones.

En ese momento Carlo volvió a la tienda asestando un golpe con un bate al escaparate, que se rompió en mil pedazos, después agarró con fuerza a la muchacha, sacudiéndola sin miramientos.

—¿Qué es lo que te pasa? —le gritó en plena cara

—Mírame zorra –le ordenó Carlo.

La chica se resistió y Carlo volvió a sacudirla con fuerza. Entonces sucedió.

El pelo de la chica cayó hacia atrás, mostrando sus ojos rojos, penetrantes, infinitos, inyectados en sangre y odio.

Unos ojos que reflejaban un mal escondido durante años, y que ahora, despiertos, no darían opciones. 

Días después, la prensa daba cuenta de la muerte, en extrañas circunstancias, de dos hombres en un pequeño pueblo siciliano.




Micro para REC. Al final esa chica no dejó el colegio...

Vuelven a dejarlos debajo de sus camas, y se acuestan nerviosos. A muchos les cuesta conciliar el sueño.  

Las reglas eran claras, pasado un año, desenterrarían los cofres y los abrirían uno por uno.

Ganaría el secreto mejor guardado, el más inesperado, el que dejara a todos con la boca abierta.


Al día siguiente todos recelan de Mario, de cuya caja, la más grande de todas, emana un olor nauseabundo. 


Micro relato para REC. Vidas desahuciadas.

Salen sigilosamente de las habitaciones de sus hijos sin cerrar del todo las puertas, y se evitan durante unos segundos. Él entra en la cocina, mientras ella, en el salón, lee de nuevo la maldita carta, para después romperla en pedazos.


En la habitación, se abrazan por última vez. Ella nota el olor a gas, y lo abraza aun más fuerte, dejándose llevar, mientras recuerda la última frase del cuento que leyera a sus hijos: “y vivieron felices hasta el fin de sus días” 


Micro relato para REC. Demasiado tarde.

Vuelven a ser invisibles, cuando más falta me hacen, cuando por fin tengo claras mis prioridades, cuando se que lo más importante es lo más cercano, pero también lo más frágil.

Vuelven a ser invisibles, cuando más los necesito, cuando más duele, cuando ya solo puedo añorarlos. 



Micro relato para REC. Prueba de ingreso.



Un señor con levita que se parece a Puskin, una vieja que se mueve con andador y un niño gordo que come donuts de dos en dos. Es lo que hay. En ese sobre tienes todas las indicaciones. Elige uno y recuerda, que sea rápido y limpio.  Hay otros dos esperando fuera. 

Procesada la orden, el aspirante templó sus nervios preparando el equipo, se sentó junto a la ventana y comenzó a esbozar los primeros trazos del retrato robot. 


Micro relato para REC. La guarida de la amantis.

El puñetero ojo de la cerradura no pierde detalle de un rito ceremonioso que se repite una y otra vez en el espejo del techo, y cuyas brasas aun ardientes se recuestan en la cama ávida de deseos carnales.


Poco después, el sexto peldaño de la escalera se hundirá de nuevo, y en la caída, el suelo del rellano cederá voluntariamente, mostrando los clavos afilados donde yacen las almas de esos infelices que un día creyeron estar enamorados de ella.   


Micro relato para ENTC. Prometo volver.

Os dejo el micro relato enviado al concurso del blog "esta noche te cuento" sobre el tema "Epitafios"

Si quereis leer el relato en la página del blog, podeis hacerlo en el siguiente enlace.

http://estanochetecuento.com/prometo-volver/



Prometo volver. 

Puede que no llegues a saber de estas líneas que casi no recuerdo haber escrito, pero da igual, ya que lo importante es el propósito que encierran. 

Cometí fallos, te descuidé, nos descuidamos, lo confieso; cada uno a su manera, cada uno en su mundo, y poco a poco, a años luz del otro. 

Entiendo tu desconcierto, tu resignación, e incluso puedo entender tu enfado durante nuestro distanciamiento, pero no entiendo la forma tan macabra con la que decidiste un día que ya no me necesitabas, que sobraba en tu vida, y que por lo tanto sobraba la mía. 

Apenas reparé en tus malas artes, y cuando al final lo supe, ya no tenía fuerzas para luchar contra tal castigo a tan poco pecado, y no pude más que dejarme ir, con la esperanza de poder volver, aun sin saber cómo. 

Quizá me encuentres de vuelta en forma etérea, entre el frio que te abrasará la piel en tu peor noche de pesadillas. O quizá en un reflejo perdido en el espejo, o en esa voz lejana que no podrás sacar de tu conciencia. 

Prometo volver, sea como sea, y ese día, si la muerte me lo permite, haré justicia. 


Micro relato para REC. De dioses y escribas.



¡Cuánta fuerza y qué poca puntería!, exclamó el pueblo griego ante semejante despliegue de despropósitos. 

Por suerte para Hefestos, quizás el menos honorable de los héroes del Olimpo, y que en su exacerbado empeño de acabar con el último de los titanes y recuperar su sitio junto a los dioses se llevó por delante gran parte de la acrópolis, aquel día contemplaba los hechos, pluma en mano, Liófetes, el más romántico de los escribas griegos.

En sus escritos se narra como Hefestos reconquistó la gloria de la mano de Afrodita, adjudicando cualquier daño colateral a un entonces incipiente cabeza de turco. 


Micro relato para REC. Testigo accidental.



-El bate, “Eso, bate”, se le resbalaba de las manos pringosas, y al final se le cayó junto al huerto de Doña Eustaquia, si, la de Don Paquito, que Dios la tenga en su gloria; murió el mes pasado, ¿sabe?, una desgracia; ¿o fue el año pasado?

-El caso es que Doña Engracia, la del pescadero, si, la de la calle de enfrente, dice que le vio coger una sandia gorda del sembrado de Don Enrique, pero oigan, con la cabeza dura que tenía el difunto pues no creo yo… ya me entiende. 

-Tiene mala cara agente. ¿Le pongo mas leche en su café?

-¿Leche?  Eso es lejía vieja loca.