Micro relato para REC. Mal de amores.



El mensaje era claro, conciso, breve y letal: no insistas, decía. 

Apagó entonces el móvil y buscó una maleta donde echar lo justo para poner tierra de por medio a su soberbia. 

Recorrió medio mundo conociendo nuevas culturas, descubriendo todos sus colores y deteniéndose ante todos sus matices; y alquiló un balcón en el extremo del mundo, dando por hecho que la distancia sería el olvido.

Y allí, bajo el manto de estrellas, encendió de nuevo su teléfono para responder con un: ojalá pudiera.  


Tres micro relatos para REC.

Acción, reacción. 



Había escrito cien veces: te quiero, pero a la vista de su indiferencia, decidió pasar página. 



Escritura por definir. 



Había escrito cien veces: te quiero. Veinticinco en negrita para Vanesa; su amiga de piel canela y ojos color miel. Veinticinco en cursiva, para esa preciosidad oriental de nombre impronunciable que  llegó de intercambio para sentarse a su lado. Y cincuenta en rojo y subrayado para Lidia, su favorita, tan pelirroja como ordenada, que le pasaba los apuntes de física. 

Pero al ver entrar en clase al chico nuevo con su sonrisa de anuncio, decidió, hecho un lio, que iba a necesitar más colores. 

Relato de un adiós. 







Había escrito cien veces: te quiero al final de ese capítulo en el que llegaste a mí. 

Te escondías tras una coma, envuelta entre metáforas, y apenas te bastaron unas líneas para sacudir mi anodina trama, viviendo desde entonces, entre epítetos y alegorías, nuestros momentos de prosa mas poética. 

Pero un día, al volver la hoja, no alcanzaba a sentirte, y mis letras se perdían entre líneas o, sencillamente, se negaban a aparecer. 

Tras tu marcha, resignado en mi página en blanco, recurrí a letras suicidas en busca de un punto y final. Porque el relato de mi vida, sin ti, no tiene historia. 





Relato para "Literautas". El significado del miedo.

Esta es mi propuesta, ya corregida despues de los comentarios de los compañeros del taller, de relato largo para el taller literiario de "Literautas". Este mes tocaba un relato de miedo.

El significado del miedo. 



El coche devoraba los kilómetros de la sinuosa carretera mientras las preguntas se agolpaban en la mente de Mateo una tras otra. Nada sabía de su familia, ya que se había criado desde bien pequeño en un orfanato, y el hecho de poder conocer algo de sus raíces le atraía enormemente, aunque también le asustaba. 

Días atrás había recibido una carta, de remitente desconocido, invitándole a un lejano pueblo con la excusa de revelarle información sobre su familia. 

¿Tendría algún pariente vivo? ¿Podría verlo? 

También se preguntó si en ese pueblo tendrían la respuesta al sueño que últimamente le inquietaba; en el que una mujer con el rostro cubierto de pelo se acercaba a él sin mediar palabra. 

Su corazón se aceleró justo al llegar al pueblo. De casas encaladas y caminos empedrados, el pequeño reducto excavado en la sierra se preparaba para recibir la tormenta que parecía haber seguido a Mateo hasta allí. 

Pidió indicaciones a una de las pocas personas que encontró por la calle, ya que todas desaparecían a su paso, y después de algunos minutos callejeando, encontró la casa. 

Probablemente fuera la vivienda más grande del pueblo. Un gran porche coronaba la entrada de la casa, de fachada de piedra y una gran puerta de madera de roble. Mateo reunió algo más de valor, y llamó al timbre. 

La puerta se abrió pesadamente y fue recibido por una pareja de ancianos que lo invitaron a entrar amablemente. La familia Andérez era una de las antiguas del pueblo. Además de los ancianos, Mateo conoció a sus dos hijas, casadas hace tiempo con dos de los mozos más influyentes del pueblo, y los hijos de estas. Tras las presentaciones, el anciano acompaño a Mateo al salón.

-Siéntate a la mesa por favor –le instó el anciano- supongo que estarás hambriento después de tan largo viaje. Sabes Mateo; eres la viva imagen de tu abuelo Melquiades. 

-¿Conoció a mi abuelo?

-Sí, y a tus padres; todos fueron muy queridos aquí en el pueblo. Tu abuelo regentó toda su vida la taberna del pueblo, y tu padre no dudó en ayudarle en cuanto tuvo edad. 

Mateo notó como el anciano hablaba en pasado sobre ellos. 

-¿Qué fue de ellos?

Supongo que el infortunio les pasó factura. Después del incidente acaecido hace treinta años tu abuelo falleció y a tus padres solo los volvimos a ver una vez más en el pueblo.

-¿Qué incidente? ¿Qué pasó?

-Por favor chicos; salid –ordenó el anciano a su familia- dejad que hablemos a solas. 

Todos fueron saliendo de la sala hasta dejar solos a Mateo y el anciano, que se levantó para servirle una copa de licor.

-Pareces buena persona Mateo –le dijo. Mereces saber la verdad. Aunque está sea dolorosa. 

Sabes Mateo, yo tuve una nieta, se llamaba Lucia, tenía la edad de tu padre más o menos. Era preciosa, y todo el pueblo admiraba su belleza. Todos los mozos, incluido tu padre, bebían los vientos por ella, pero mi nieta no estaba interesada en el pueblo, quería conocer mundo y no dudaba en rechazar cualquier cosa que la atará a esta aldea. 

-Era mi nieta Mateo; y yo la comprendía, pero no el resto del pueblo. Y entonces ocurrió. 

Mateo apuraba su copa de licor sin perder atención al relato del anciano. 

-Hace veinte años mi nieta fue raptada por varios mozos del pueblo que, hartos de sus desplantes, la violaron salvajemente. Lucía apenas vivió un par de días después de ese desgraciado incidente; pero en su lecho de muerte juró venganza contra ellos y todos sus descendientes. 

Mateo se sintió raro, como paralizado en su silla. Y al observar que el anciano no había probado el licor, entendió que él tampoco debió haberlo hecho. 

-Siento mucho todo esto Mateo; de verdad –dijo el anciano apesadumbrado. Nos costó mucho encontrarte; pero al final dimos contigo. Tu padre era uno de esos mozos. 

El anciano se levantó y puso la mano en el hombro de Mateo, que seguía paralizado en la silla.

-Ten valor Mateo –le dijo antes de salir de la sala. 

Sus palabras cayeron como una losa para Mateo que, aun paralizado, poco pudo hacer cuando los dos yernos del anciano, que entraron al salir éste, giraron su silla hasta ponerla frente a una gran cortina. Después uno de ellos la movió, dejando ver tras de sí una puerta negra cerrada con una gran cerrojo. Uno de los yernos dio tres grandes golpes a la puerta, mientras el otro abría el pesado cerrojo. Inmediatamente, los dos salieron de la sala cerrando la puerta tras de sí. 

El ruido de unos pasos subiendo las escaleras desgarraba el silencio ante la impotencia de Mateo. La puerta se abrió lentamente y apareció ella. La mujer de sus ensoñaciones, y a la que jamás había pensado encontrarse. El pelo, negro y enmarañado, le caía por toda la cara ocultando su rostro, y su vestido, sucio y hecho jirones, apenas la tapaba. 

Un grito agudo, proveniente de las mismísimas tinieblas, heló su sangre. El pelo de la mujer se extendió como si fueran tentáculos hasta la silla que aprisionaba a Mateo y le arrastró hacia ella. Su rostro, ahora sin cabello, era la verdadera esencia del mal.

De no haber estado paralizado, Mateo podría haber escrito con absoluto detalle el significado del miedo. El que cala hasta el último rincón del ser, el que te arranca el corazón mientras sigue penetrándote los ojos, y el que te destroza por dentro con el dolor más insoportable. 

Mateo sufría los últimos minutos de su vida. Mientras, en el exterior, el cielo parecía querer desgarrarse bajo la tormenta.