Era de los pocos detectives honrados que
quedaban en la ciudad, en medio de la histeria provocada por las
misteriosas desapariciones.
Primero
fue el sol, que dejó paso a una oscuridad blanquecina, en la que los pájaros
apenas duraron un suspiro. Los edificios más altos comenzaron a decrecer, y las
calles, poco a poco, fueron desdibujándose.
Trató
de ordenar sus pensamientos, agolpados de manera inconexa por el fuerte aroma a
nata que lo envolvía todo, y tras un instante de análisis, cuando la solución
al caso comenzaba a vislumbrarse en su cabeza, notó una fuerte sacudida, y su
mente se quedó en blanco.