Sabía a soledad, pero también a paz, como el anterior. En los últimos días había aprendido a paladear cada instante, recreándose en todo lo que antes pudiera resultarle irrelevante.
Desde entonces había conseguido diferenciar dieciséis tonos de blanco en los tabiques de su habitación, y sentir cada mañana, con los primeros rayos de sol, la dilatación de los tubos que le suministraban oxígeno.
Por eso fue consciente de cómo se le fueron cerrando los párpados, del vacío en sus pulmones, y de la relajación de los ventrículos de su maltrecho corazón, que no volvió a latir, mientras sentía, a lo lejos, una voz que le resultaba familiar.
Desde entonces había conseguido diferenciar dieciséis tonos de blanco en los tabiques de su habitación, y sentir cada mañana, con los primeros rayos de sol, la dilatación de los tubos que le suministraban oxígeno.
Por eso fue consciente de cómo se le fueron cerrando los párpados, del vacío en sus pulmones, y de la relajación de los ventrículos de su maltrecho corazón, que no volvió a latir, mientras sentía, a lo lejos, una voz que le resultaba familiar.
Imagen de Vilius Kukanauskas en Pixabay
Microrrelato enviado al concurso "Relatos en Cadena", de la SER. Frase de inicio: "Sabía a soledad, pero también a paz".
Relato nº 377 desde el origen del blog.
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