323. Postureo.

Desde el momento en que descubrió las redes sociales, su vida se convirtió en un escaparate en el que poder mostrarse a diario sin ningún reparo.

Nada más comenzar el día, y una vez revisados los correos electrónicos, muros y estados, subía la foto de su #desayunoconvistas a Instagram, seguido del registro de la ruta en bicicleta a Strava.

Cualquier aspecto que considerase relevante en su vida era automáticamente compartido en Twitter, como los resultados del último chequeo médico, con la etiqueta #sanacomounamanzana, una reclamación bancaria, bajo el lema #quenoteengañen, o el malestar tras ser multada por usar el móvil en el coche, con el hastag #telopuedescreer.

Durante su jornada laboral participaba activamente en varios grupos de Linkedin, terminando el día con un paseo nocturno acompañado por su pareja y el perro que subía como un directo a Facebook.

Sus redes acumulaban cientos de fotos de sus hijos, a los que sus seguidores podían ver crecer casi en directo, y de todos sus amigos y allegados, porque ella no contemplaba su vida sin el instante enmarcado en la red, llegando a molestarse, hasta el punto de llegar al bloqueo, con el hastag #serárancio, cuando al hacer una foto grupal en algún evento, alguna de esas personas ponía reparos, o incluso se negaba a que se subiera a sus benditas redes.

Su vida transcurría entre selfis y capturas de pantalla, bajo el lema #felizconlosmios, compartiendo su día a día y el de los suyos, haciendo carrera como reputada hater por un lado, y probando como Blogger o influencer en otro, compartiendo consejos y tutoriales de todo lo que sabía o de lo que decía saber.  Al principio todo eran likes, kudos, y demás reconocimientos, pero después su brillo virtual comenzó a descender, como si fuera una prenda que poco a poco pasa de moda, y que al final se guarda en el cajón del olvido.

Fiel a su lema #noterrindasnunca, lo intentó todo para recuperar su fama virtual, llegando incluso a bailar en directo en modo tiktoker, con tal de conseguir nuevos seguidores. Pero las redes, antes de su lado, parecían haber perdido el interés por su valiosa cotidianeidad.

Entonces llegaron los días en blanco, sin comentarios ni likes, y sin apenas visionados. Al principio le pareció una catástrofe, el fin de su mundo, no se podía creer lo que le estaba pasando, ¿Cómo podían tratarla así las redes?

Lo pasó mal durante un tiempo, buscando en cualquier foro online la solución a sus problemas, hasta que ocurrió algo que no había pasado en años.  

Llegó un día en el que, sin saber porqué, levantó la cabeza de la pantalla.

Al retomar el contacto con la realidad, al principio se sintió rara, en un mundo que suele quedar difuminado por el brillo de las redes, en el que tenía que vivir de verdad, y en el que el postureo sirve de poco. Entonces aprendió a cambiar los likes por sonrisas, los comentarios por abrazos, y los directos por animadas charlas con los suyos durante la cena, encontrando su pequeño hueco en un mundo que podía percibir, en el que se sentía cómoda, y en el que consiguió ser feliz, sin necesidad de aparentarlo.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Microrrelato nº 323 desde el inicio del blog. 

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