Siempre que, por motivos laborales, tengo que cambiar de ciudad, busco algún curso interesante de escritura creativa con el que echar buenos ratos; y en Córdoba me ha surgido la oportunidad de inscribirme en el que imparte el escritor Mario Cuenca Sandoval.
El primer ejercicio consistió en hacer memoria y redactar un relato sobre una prenda de ropa que hubiese sido importante en mi vida, contando como llego a mis manos y que vida le di.
A mi se me ocurrió un relato sobre mis viejas zapatillas. Aquí os lo dejo.
No hay pasos
perdidos.
Lo habíamos aplazado en varias
ocasiones, unas por pereza, otras por problemas de agenda, pero aquella tarde
no hubo excusas y la pasamos ordenando el trastero.
Siempre he pensado que ese
habitáculo no podía tener mejor nombre, pues, al menos en nuestro caso, se
apilaba en las estanterías una amalgama de cachivaches, bolsas y cajas de
cartón, que bien podrían haber pasado directamente a “mejor vida”.
Mi mujer se puso con las bolsas,
por lo que yo decidí ordenar las cajas, y al abrir una de ellas, las vi.
Mis viejas zapatillas, regalo de
mi entonces novia. Unas “Avia” grises con bandas y puntera rojas. Blandas,
flexibles y muy cómodas.
En un momento mis pensamientos
comenzaron a agitarse, recorriendo veloces mi mente, rincón por rincón, en
busca de aquellos recuerdos, o mejor dicho, de aquellos pasos.
Pasos cómplices, y
milimétricamente calculados, con el fin de hacerme el encontradizo ante ella en
nuestra etapa de novios.
Pasos nerviosos, en mis últimos
días de carrera; y agitados, en esos días de intensos papeleos previos al sí
quiero más importante que pudiera salir de mis labios.
Pasos gigantes, expectantes, y
ávidos de conocimiento, por varios países y culturas en algunos de nuestros
viajes de recién casados.
Con el mayor de los sigilos
vuelvo a guardar las zapatillas en la caja, escondiéndola de nuevo en la
estantería.
Mi mujer, con el paso del tiempo,
ha adquirido la facultad de conectarse a mi mente en cualquier momento; y por
eso, al girarme, veo su sonrisa, que es fiel reflejo de la mía.
Le tiendo la mano y al momento
estamos abrazados, aunque tan solo un segundo después una personita que desde
hace seis años protagoniza nuestras vidas nos separa a empujones.
A día de hoy, paseando de nuevo
por mis recuerdos, junto a mis viejas zapatillas, no me consta haber dado un
paso por perdido.
Qué bonitos recuerdos, Alfonso, y qué suerte poder hacer el curso de escritura. Un besote
ResponderEliminarSi, merece la pena pasear por la memoria. Y los cursos son muy recomendables, sobre todo los presenciales.
EliminarUn saludo.