Manuel decidió saltarse la merienda y seguir disfrutando de las vistas desde el acantilado, dejando caer sus preocupaciones mientras el atardecer iba difuminando el contorno de la isla y su interior, donde ya no alcanzaba a ver los restos del avión. Pese a que no tenía planes más allá de esa noche, nada enturbiaba su ánimo. Las discusiones por la imposibilidad de pedir ayuda o la escasez de alimentos habían quedado atrás, y aunque acabar con diez años de matrimonio fue un trago que estaba siendo difícil de digerir, se le hacía la boca agua al pensar en la próxima cena con su suegra.
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