Apenas entran clientes en el viejo café, pese a que aun suena esa antigua fonola en reclamo de aquellos tiempos de trajín y largos servicios de copas, que ahora parecen olvidados entre las grietas de un suelo de maderas desvencijadas.
Su dueño observa, tras la soledad
de la barra, a aquella pareja, que apenas habla, apenas discute, apenas parece
vivir. Cada uno en un infinito distinto. Ella remueve su café buscando el
momento menos malo, mientras él mira el periódico sin leerlo, ignorando que
mañana, probablemente, ya no estarán juntos.
De fondo se oye una vieja balada,
a veces interrumpida por el ruido metálico de la máquina tragaperras, empeñada
de engullir, día tras día, el dinero y la vida de aquella anciana, enferma de
soledad, y sin nada más que perder.
Parece que la tristeza se hubiese
detenido en aquel café, desterrando a todo aquel que no la tuviera consigo, o
que no la aceptase de buen grado.
Mañana cerrará el viejo café,
porque sus sueños de renacer ya no tienen fondos, porque sus deudas son heridas
abiertas que no cicatrizan, como vías de agua en un barco varado que hace
tiempo que perdió el rumbo.
Mañana cerrará sus puertas.
Muy entretenido, gracias
ResponderEliminarGracias por pasarte, Inma. Me alegra que te haya gustado. Saludos
EliminarDe plena actualidad. Ni tanto que triste.
ResponderEliminarPues si, Margarita, el relato rezuma cierta tristeza. El título surgió en un curso de escritura creativa al que asistí hace unos años, y el relato, escrito poco después, ha estado escondido durante algunos años. Curiosamente, la época no podía haber sido más propicia para rescatarlo.
EliminarSaludos.