La ciudad del amor tuvo la culpa.
Su magia dejó el listón muy alto; y al regresar saltaron las costuras de algo
que pareció ser y no fue de ninguna de las maneras.
El tiempo aplacó todo lo que vino
después, y aunque la herida pareció cerrarse, nunca llegó a cicatrizar.
Por eso, cada año, ese mismo día,
se pasea por los campos elíseos y se sienta junto a la Torre Eiffel a contar sus
roblones; esperando, ¿por qué no? a que la magia vuelva a subir el listón.
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