Las palabras “tenemos que hablar” aun pululaban en su cabeza cuando Diego llegó al encuentro con su novia. Sabía que llegaba tarde, y que Laura no aguantaba su impuntualidad.
Últimamente
la había notado algo fría, aunque él lo achacaba al estrés propio de la época
de exámenes finales.
―Perdón;
llego tarde ―confesó
besándola fugazmente en la mejilla mientras se sentaba a su lado.
―Da
igual ―respondió
taciturna.
―¿Estás
bien? ―preguntó
el, extrañado por su atípica respuesta.
―Sí.
―Bueno,
cuéntame que era eso tan importante que no podías decirme por teléfono ―insistió
mientras se acomodaba en la silla y miraba a su alrededor.
―Voy
un momento al baño ―se excusó ella―espérame y hablamos.
La
siguió un instante con la mirada y luego saludó con un movimiento de cabeza a
unos amigos que entraban en ese momento. Después se quedó mirando a Víctor, el profesor de
Mecánica, que no parecía tener buen aspecto esa mañana.
Cuando
Laura volvió a la mesa, Diego seguía observando preocupado a Víctor, que tras
un ataque repentino de tos cayó al suelo entre fuertes convulsiones. En el
local se hizo el silencio, y dos chicas se acercaron a su lado interesándose
por él, mientras a su lado se formaba un corrillo de curiosos.
De
repente, el profesor emite un bufido y se abalanza sobre el cuello de una de las
chicas, mordiéndola con fuerza ante la sorpresa de todos.
El
caos se extendió en apenas un instante, con toda la gente chillando y
agolpándose hacia la salida. El profesor, con la cara cubierta de sangre, miró
hacia la mesa donde estaba Diego con su novia, y tras soltar a la chica, que cayo
desplomada, se dirigió hacia ellos.
Diego,
de manera espontánea, agarró una silla y la lanzó con violencia sobre el
profesor, que retrocedió unos pasos y cayó al tropezar con una mesa. Mientras,
la chica que había sido mordida, se levantó sedienta y atacó a su compañera,
que permanecía inmóvil; paralizada por el miedo.
El
profesor se incorporó con dificultad y volvió a por ellos. Sus ojos se han
teñido de un rojo intenso, y por su boca, aun babeante de sangre, salían
bufidos ensordecedores.
Diego
cogió un trozo de madera de entre los restos de la silla que había lanzado al
profesor, y tras golpearle con todas sus fuerzas, se lo clavó en la cabeza. Aun
sin tiempo para reaccionar, vio como la chica mordida por el profesor se
aproximaba con movimientos torpes hacia Laura, que incomprensiblemente seguía
sentada en su silla mirándole fijamente.
Con
un movimiento rápido, se subió a una de las mesas cercanas para impulsarse y lanzarle
una patada en la cabeza que la dejó temporalmente sin sentido. Rápidamente cogió
un bolígrafo de su bolsillo y se lo clavó con fuerza en la cabeza.
Cuando
se levantó ya tiene encima a otros dos infectados, y mirando de soslayo comprobó
que no paraban de entrar más por todos lados.
Notó
un mordisco en el gemelo; otro en su brazo, y su sangre siendo torpemente absorbida.
Trató
de resistirse, dándole un fuerte cabezazo a uno de ellos, pero enseguida aparecieron
más. Lo arrastraron entre varios hacia una silla, sujetándolo firmemente. Alrededor
se sucedían los mordiscos, la sangre, los ruidos.
Casi
en su agonía abrió los ojos y contempló de nuevo a Laura, impasible en su
silla, mirándole fijamente. Tras un breve instante, ella se levantó, se inclinó
sobre él y comenzó a sacudirle.
―Joder Diego, ¿Qué toca hoy? ―le gritó levantándose de la silla―. Esto no puede seguir así. Necesitas ayuda, y yo ya no puedo más.
Después
de abroncarle, ella salió del local, cogió la escoba que tenía aparcada junto a
la puerta, y se fue volando ante la mirada ensimismada de los zombis.