Las
besa con suma conciencia para no equivocarse y las coloca nuevamente en el
cajón de la mesilla.
Antes
de salir comprueba la horizontalidad de los cuadros y echa una brizna de sal
sobre su hombro izquierdo. Ya en el ascensor acaricia suavemente la pata de
conejo que guarda en su bolsillo, y finalmente repasa el zócalo de madera del
portal con los dedos cruzados.
Tras
un cronometrado suspiro, sale a la calle apoyándose en su pie derecho, justo en
el momento en el que un gato negro de sonrisa burlona se cruza en su camino, anunciándole,
que ese día, parte con todas las de perder.
Jopeee, qué pájaro de mal agüero. Muy original.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Ya se sabe, uno pone y el destino (o un gato negro) dispone...Muy bueno, muy original Alfonso.
ResponderEliminarBesotes