Relato para "Literautas". Sus ojos.

En el taller de la web de "Literautas" hemos comenzado el curso 2015-2016. En la primera sesión el relato a escribir tenia que contener la frase "el sobre estaba vacío". Después de un primer envío y las correcciones precisas tras los comentarios de los compañeros, aquí esta el resultado:

Sus ojos. 

—Cuantas veces tengo que decirte que no llegues tarde —espetó Fabricio—, hay mucho trabajo que hacer y no me gusta esperar a niñatos como tú.

—Joder, Fabrizio —respondió Carlo con sorna—, relájate. Es lunes y algunos tenemos vida los fines de semana.

—Ponle esa excusa al capo cuando no llegues con la recaudación, me encantará ver lo que hace contigo.

El sol se filtraba entre las nubes iluminando poco a poco las calles de los suburbios que recorría el viejo Ford. Los negocios iban abriendo sus puertas y la gente comenzaba a dar vida a las calles.

—Falta la mitad del dinero —gritó Fabricio al pescadero mientras Carlo apuntaba de manera instantánea con su revolver a su hijo.

—Apenas nos entran clientes —replicó el señor Tonetti entre lágrimas—, dadnos un respiro por el amor de Dios.

Carlo soltó el seguro de su pistola, y acercó el dedo al gatillo. Normalmente ese era el paso disuasorio para que el cliente recapacitase, y pagase lo acordado por la familia Benatti.

—Cada día me cuesta mas hacer esto —comentó Fabrizio al salir de la pescadería de los hermanos Tonetti.

—Te tomas todo muy a pecho siempre —dijo Carlo aprovechando que su colega bajaba la guardia— al final el trabajo sale adelante.

—Si no me tuvieses a mi lado para ponerte firme hace tiempo que estarías en una fosa criando malvas, créeme —respondió Fabrizio.

En ese instante, apenas a tres metros de su coche, vio algo al final del Callejón Lotti, una calle en la que no solía haber mucha actividad, salvo algún trapicheo sin importancia y algunas furcias en busca de amores de alquiler. Pero al fondo parecía haber una nueva tienda.

—¿Has visto eso? —le dijo a Carlo—, al final del callejón. Vamos.

—¿Me tomas el pelo? —Respondió Carlo—, en ese callejón mugriento no puede haber nada.

—Mueve el culo joder.

La tienda era muy pequeña, vista desde el callejón. Un pequeño escaparate y una puerta estrecha formaban la fachada, sin cartel ni objetos a la vista.

—Ves, —dijo Carlo— aquí no hay nada.

—Entremos —respondió Fabrizio empujando la puerta.

Al entrar no supieron deducir con exactitud qué era lo que se despachaba en aquel lugar.

Plantas exóticas pero secas, esencias con olores penetrantes hasta la arcada y grandes botes con lo que parecían animales o pedazos de ellos se agolpaban en las estanterías en una amalgama de objetos inmundos que raramente podrían interesar a nadie. Detrás del mostrador, una chica, de espaldas a ellos, ojeaba un enorme libro, tan absorta en él que parecía no haber escuchado a los visitantes.

—Eh, chica —gritó Fabrizio—, ¿qué coño vendéis aquí?

—Nada que a vosotros os pueda interesar —respondió la chica girándose hacia los hombres—. Largaos de aquí. Su aspecto era tan siniestro como la tienda, con un vestido negro que le llegaba hasta los pies y un pelo tan largo como enmarañado que le cubría gran parte de la cara y los ojos.

—Con esa actitud no venderás mucho, zorra —increpó Carlo.

—Tranquilo, Carlo –dijo Fabrizio sujetando a su compañero— no seas descortés con la señorita, y explícale amablemente cuales son nuestros servicios.

—No necesito servicios de nadie —sentenció la chica volviendo a su libro— largaos.

—Verá, señorita —dijo con voz suave Fabrizio— este es un barrio peligroso, y usted, como todos los demás, necesita protección, y nadie mejor que la familia Benatti para proporcionársela por un módico precio. Con su permiso le dejo un sobre donde deberá dejarnos el dinero por nuestros servicios, que de facto acaba usted de contratar.

—Fuera —gritó la chica.

—Volveremos mañana a por el sobre —dijo Fabrizio despidiéndose— que tenga usted un buen día.
A la mañana siguiente los matones volvieron al callejón y visitaron de nuevo la tienda. La chica seguía inmersa en su libro. Carlo cogió el sobre, que estaba en el mismo lugar donde Fabrizio lo había dejado el día anterior. Lo comprobó y miró a Fabrizio. El sobre estaba vacío.

—Creo que ayer no me expliqué con claridad señorita —dijo Fabrizio mientras Carlo salía de la tienda— no le interesa desestimar nuestros servicios, quedarse sin protección en este barrio puede ser muy peligroso. En cualquier momento alguien podría entrar aquí con muy malas intenciones.

En ese momento Carlo volvió a la tienda asestando un golpe con un bate al escaparate, que se rompió en mil pedazos, después agarró con fuerza a la muchacha, sacudiéndola sin miramientos.

—¿Qué es lo que te pasa? —le gritó en plena cara

—Mírame zorra –le ordenó Carlo.

La chica se resistió y Carlo volvió a sacudirla con fuerza. Entonces sucedió.

El pelo de la chica cayó hacia atrás, mostrando sus ojos rojos, penetrantes, infinitos, inyectados en sangre y odio.

Unos ojos que reflejaban un mal escondido durante años, y que ahora, despiertos, no darían opciones. 

Días después, la prensa daba cuenta de la muerte, en extrañas circunstancias, de dos hombres en un pequeño pueblo siciliano.




1 comentario:

  1. ¡Vaya, Alfonso! Te manejas muy bien en relatos, enhorabuena. Me ha gustado mucho, es bastante visual y está bien estructurado. Felicidades.
    Abrazos

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